¿Qué me responderías si te propusiera quedar esta noche?
¿Si añadiera que vamos a vivir una experiencia distinta que nunca has vivido antes?
¿Y si te dijera que a partir de hoy te va a cambiar la forma de ver la vida, pero sobre todo de ver la muerte?
Toma este farol y vamos dentro.
Ayer a las 19 h. participé en un recorrido nocturno a la luz de un farol por el Cementerio de Torrero de Zaragoza.
Una visita guiada, en la que durante casi dos horas conocimos la historia de este cementerio, obra de los arquitectos Fernando de Yarza y Joaquín Gironza que tiene su origen en 1834, para cumplir con la Orden Real que hizo que, por razones sanitarias, los camposantos salieran de los centros de la ciudades.
El guía, de Gozarte (que pena no acordarme del nombre) era un crack de la comunicación, de la interpretación y os aseguro que hasta del cante. Disfrutaba con lo que hacía y se le notaba. Se movía por el camposanto con tal naturalidad que sorprendía.
Lo que más repetía es que nos acercáramos más, que no pasaba nada. Que mirásemos. Que allí estábamos para comprender la actitud de los vivos antes la meurte y no para pasar miedo.
Y es que a todos nos pesaba ese respeto transmitido a pisar una tumba o a pegar la nariz a una lápida para ver el detalle.
Os aseguro que fue una de las experiencias más enriquecedoras y distintas que he vivido hasta ahora.
Bajo el cielo rojizo y crepuscular, pudimos ver esculturas impresionantes que eran metáforas palpables del concepto que todos tenemos de la muerte.
Obras de Dionisio Lasuén, como la escultura de "El Silencio" en el Panteón de Antonio Morón (1904), ahora propiedad de otra familia y que al ser de piedra se encuentra algo deteriorada por el paso del tiempo. Y cuya entrada a la cripta tiene una puerta modernista con motivos florales realizada en forja.
El silencio
Obras del escultor catalán Enrique Clarasó, muy bien conservadas porque están realizadas en mármol blanco:
“Dejando la tierra“ en el Panteón de la familia Ginés (1905). Que representa a una mujer cubierta de pies a cabeza con un sudario en plena transición a la otra vida y que con la luz roja del crepúsculo resultaba sobrecogedora.
Dejando la tierra
“Memento Homo” en el Panteón de la familia Aladrén (1903), que representa un hombre musculoso y semi desnudo cavando su propia tumba. Escultura impresionante cargada de simbología y a cuya explicación acompañaron unos versos que daban sentido a lo que estábamos viendo.
Memento Homo
“El tiempo” en el Panteón de las familias Gómez y Sancho (1907). Representado por un hombre mayor y de larga barba que sentado va pasando las hojas del libro de su vida, sin posibilidad de dar marcha atrás.
El tiempo
También vimos, Mausoleos realizados por ilustres arquitectos aragoneses como Felix Navarro y su hijo Miguel Ángel.
Uno de los que llamó mi atención fue el de la Familia Portolés, con aires neogóticos y que tiene una puerta en hierro, cuanto menos curiosa y cargada de simbología y dos bonitos relieves de bronce en los laterales.
Curiosas resultaron las tumbas de los toreros, Florentino Ballesteros, huérfano criado en el Hospicio de Zaragoza, cuyo busto en bronce fue robado recientemente y la de Jaime Ballesteros “Herrerín” joven novillero cuya tumba, que incluye una llorosa mujer con peineta y mantilla, fue costeada por su aficionados.
Completaron la ruta, tumbas con formas de pirámides y templos egipcios con sus esfinges y obeliscos.
Tumba con forma de Templete Egipcio
Con ángeles custodios, cristos ascendiendo a los cielos y hasta una última tumba algo recargada que mezclaba tanto unos motivos como otros, y que conseguía tal grado de teatralidad en su en su composición que parecía sacada de una representación del Juan Tenorio.
El guía en plena explicación
Ahora, para terminar, haced un pequeño esfuerzo e imaginad todo esto que os he contado pero aderezado con versos de Jorge Manrique, Góngora o Quevedo.
Con las letras populares de las coplas de la Piquer e incluso con la jota enamorada que José Oto dedicó a Felisa Galé.