Hace días que sigo el tema de la polémica generada por el velo en las escuelas a raíz del veto a una alumna musulmana en un Instituto de Madrid.
Creo que a estas alturas del “conflicto” sobra decir que el argumento para no permitirle el acceso con él es la norma interna del centro de no llevar cubierta la cabeza en clase, sea con pañuelo, gorra o cualquier otro tipo de prenda.
Pero claro, todo sabemos la carga simbólica del “hiyab” y el peligro de acusación de intolerancia que puede conllevar cualquier comentario en contra.
Antes de dar a conocer mi punto de vista he de reconocer que, de entrada, la “aptitud” de la cultura musulmana hacia la mujer es algo que me corroe por dentro y que me indigna.
Quizás el hecho de saber a través de alguien cercano cómo viven las mujeres en Afganistán me haya hecho menos permisiva con este tema.
Eso sí, quiero que quede claro que me consta que a veces estas imposiciones son aceptadas por las propias mujeres, bien por educación, bien por creencias.
Pero otras veces, demasiadas, no.
Y estoy harta de ver, leer y oír como en determinados países “los guardianes de la moralidad” castigan, encarcelan o escarmientan a mujeres que han decidido no acogerse a sus normas y no se ponen el pañuelo.
Y me enfada ver como muchas veces las periodistas occidentales desplazadas a países musulmanes para informar sobre algún conflicto se ven obligadas a cubrir su cabeza en la calle mientras retransmiten las noticias.
Y me “cabrean” los consejos en cuanto a la forma de vestir, mirar y actuar en caso de hacer turismo en determinados países, porque si no, tengo que “apechugar” con las consecuencias.
Y es aquí cuando pienso, algo que no es “políticamente correcto" decir o escribir…
Si yo voy a su país y por cortesía, educación o incluso seguridad me adapto a sus costumbres. ¿Por qué en sociedad (allá cada cual con en su casa), las personas de otras culturas que vienen a vivir más o menos permanentemente, no se adaptan a las costumbres del mío?
Y no me vale el argumento de que es un símbolo religioso porque a mis ojos, a los de una mujer occidental criada entre cuatro chicos, sólo es un símbolo de represión y desigualdad.
Y porque sé, porque lo he vivido, que yo por ser mujer no soy más, ni menos que cualquiera de mis hermanos varones.