Decididamente, soy afortunada!
Aunque sé que de entrada os voy a parecer una exagerada os cuento el motivo.
Leyendo la prensa, acabo de darme cuenta de que dejé de fumar justo “a tiempo”. Es decir, mucho antes de que llegara esta época en la que fumar, además de peligroso para la salud, no es políticamente correcto.
Tengo muy claro que si tuviera que hacerlo ahora por prohibición u obligación estaría subiéndome por las paredes.
Y no sólo por mi carácter rebelde (soy de esas a las que cuando le prohíben algo le obligan a hacerlo) sino porque reconozco abiertamente que durante el período de abstinencia lo pasé tan mal, tan mal… que no quería “más que morirme”. ¿Y el genio que gastaba? Qué digo genio...…!!. Una mala leche de récord Guiness….!!!.
Aún me recuerdo mirando a los abuelos fumando su pitillo en el parque y pensando: “¿ves? Y se han hecho viejos… no será tan malo”.
O colocándome detrás de un fumador en el paso de peatones y esnifar el humo de su cigarrillo con tanto ímpetu que se me bajaban hasta los calcetines.
Es que para que os hagáis una idea de la situación, ya por aquel entonces (no os diré por coquetería cuánto hace jajaja) me fumaba casi tres paquetes de tabaco al día. (Que sí, una barbaridad, ya lo sé).
Era una fumadora empedernida metida en un círculo vicioso como un ratón en su rueda.
Fumaba sobre todo si me ponía nerviosa, pero si no fumaba me ponía nerviosa también y por lo tanto …. fumaba.
Hasta tal punto de que a veces iba a dejar el cigarrillo en el cenicero y había otro ocupando su sitio.
En otra ocasión, por mi manía de ponerme los bolis al “estilo albañil”, me dejé por error el cigarrillo encendido en la oreja mientras llevaba mi Bic azul a la boca. No imagináis lo que duele eso!!! (El Boli noooooooo…, el cigarrillo).
Incluso como me negaba a responder “SÍ” a la pregunta "¿Fumas en ayudas?" (ya que se consideraba un síntoma del fumador sin solución) siempre viajaba con un paquete de galletas María. Así al levantarme me comía una y rápidamente me encendía un cigarro.
“Nooo… ¿yo en ayunas? Nunca”
Había hecho ya 2 ó 3 intentos antes sin mucho convencimiento pero ocurrió un acontecimiento, mejor dicho dos, que me hicieron tomar una de las decisiones más importantes de mi vida:
Dejarlo!
El primero y fundamental fue éste:
Volvíamos con mis chicos pequeños de un viaje a DisneyLand e hicimos lo que nos recomendaron en la Agencia de Viajes, dejar la vuelta de tren abierta por posibles retrasos del avión. Pero ese día llegó a su hora. Así que fuimos a la estación y allí nos avisaron de que ni para el próximo tren, ni para el siguiente había plazas, Y que si queríamos coger el tercero, sólo las había disponibles en el vagón de fumadores.
Decidimos que lo fundamental era llegar cuanto antes a casa y no estar por ahí hasta las tantas de la madrugada. Así que lo cogimos.
¿Habéis viajado alguna vez en un vagón de fumadores? .
Ooooh!!! Diossss míooooo!!!!
Como el tren venía desde no sé dónde el vagón olía a Pub a las 10 de la mañana. A esa hora en la que la señora de la limpieza deja la puerta abierta y la persiana enrejada abajo mientras destruye todas las pruebas de desenfreno de la noche anterior.
Seguro que habéis pasado delante de alguno y la bofetada a vicio casi os ha hecho potar.
Pues además, literal, porque una señora que viajaba con su marido en las mismas condiciones que nosotros, es decir obligada por las circunstancias a ir en "fumadores", se había indispuesto de tal manera que había vomitado por allí consiguiendo que el ambientillo fuera desagradable a más no poder, sobre todo si entrabas desde la calle a ocupar tu sitio.
Psicológicamente, el trayecto fue muy duro para mí.
Miraba a mis peques, miraba a la señora, miraba al resto de viajeros que no paraban de fumar y fumar y me sentí la peor madre del mundo. ¿Pero es que nadie les ha dicho a éstos que viajar en fumadores no es una maratón de a ver quién fuma más?
En las varias horas que duró el viaje sólo me encendí un cigarrillo (recordad que era una super-fumadora) y lo tuve que apagar a medias del mal moral que me entró.
Pocos días después de llegar a nuestro destino, es decir al nido, sucedió el segundo:
Doce y pico de la noche. La pata que suscribe ya en pijama.
Sobre la mesa un paquete con 6 cigarrillos rubios. “¿Seis? ¿Sólo seis? ¿Y si no me llegan?.”
Sobre la mesa un paquete con 6 cigarrillos rubios. “¿Seis? ¿Sólo seis? ¿Y si no me llegan?.”
- “Pollito, porfa..¿vas a comprarme tabaco que me queda poco y yo ya estoy en pijama? (esto dicho con una cara de ángel de alucinar).
- “Pero si aún te quedan, seis. Tienes bastantes hasta mañana”.
-“ Que no… y ¿si no me llegan?... venga… hazme el favor que estoy en pijama” (aquí la cara era más de pata histérica)
-“Que no seas pesada que tienes suficientes”
-“Que noooooo, que no me llegan, que seguro que nooooo…. Veeeee … ¿no ves que estoy en pijama? (aquí ya con cara de vas o vas)
Las frases que intercambiamos a continuación mejor me las guardo para mis memorias, pero la conversación acabó con esta escena:
Acalorada, nerviosa e indignada (sí, todo eso) me puse el abrigo sobre el pijama y en zapatillas, salí veloz en busca de un bar abierto.
Encontré uno con la persiana casi cerrada y me arrastré literalmente, barriendo el suelo con el pelo, hasta asomar la cabeza por debajo para suplicar que me vendieran un paquete de Fortuna.
Al día siguiente tenía sobre la mesa el paquete entero y 3 cigarrillos más.
(Dios mío!!, la que había liado la noche anterior. Era un adicta total incluso sin reconocer que “casi” fumaba en ayunas. )
(Dios mío!!, la que había liado la noche anterior. Era un adicta total incluso sin reconocer que “casi” fumaba en ayunas. )
Ese día me dio por pensar.
Me acordé del tren, del nauseabundo olor del vagón, de la cara de asco de mis hijos, de mis nervios, del paquete con 6 cigarrillos, de la persiana del bar…. y al salir del trabajo le pregunté a Manuel (portero de la finca y amigo mío):
- “Manuel, ¿tú has dejado de fumar, no? ¿Cómo lo hiciste?.
A lo que Manuel mirándome fijamente respondió:
- “¿Yo?..... con un par de cojones, hija mía. Y me consta que tú los tienes más grandes que yo”.
Así que me marché a casa con la cabeza dando vueltas como una centrifugadora, mientras me fumaba el que espero fuera el último cigarrillo de mi vida.